Nací en medio de la madera. Vibrando como un tubérculo. Nací mas vivo que muerto. La detención de los arboles era una gran fiesta. Las ramas se inclinaban crujiendo hasta romperse. Las ramas y las hojas cayeron rodeando mi lugar. Los frutos de los arboles, las peras, las manzanas cayeron sobre mi cuerpo. Los zorros chillaban rabiosos buscando carne y huevos. Los murciélagos eran aplastados por el temblor de los troncos, no sabían de la tierra, no sabían de la tierra y el pasto. El viento me envolvió apartando el polvo de mi frente. Estiro la hierba que flameaba, meditaba. las piedras también comprendieron que no había distinción entre el viento y el canto que salia de mi boca. Era la transpiración de mi vientre. Allí mi canto fue la aurora con la que el día empezó a acabar. Mi canto es un aire caliente surgido de un pliegue en mi estomago. El sumo calor de mi plexo solar. Este núcleo sostiene la enajenación de las nubes. Hace delgada la lluvia de verano. Mantiene las patas del ciervo en el suelo. Mi canto es una exhalación brutal que hace temblar a los curiosos adentrados al Monte por una luz mala. Mi canto deja sin órbita a la represión eliminando lo sagrado y lo correcto para que perezca también la duda.