Postales de Sobremesa, de Alejandro Keller.
Se trata de un conjunto de 31 poemas que arrastran al lector a través de una road movie, no por sus temáticas, variadas y ácidas, sino por la cadencia de unos versos que van decreciendo poco a poco en longitud, adquiriendo una forma cada vez más oriental y concisa.
El volumen de poemas fue distinguido con el Primer Premio en el Concurso Literario de la Intendencia Municipal de Montevideo y nominado en forma reciente a los premios Bartolomé Hidalgo, junto con Antología poética, de Álvaro Figueredo y Senryu o El Árbol de las sílabas, de Alfredo Fressia.
Este autor —de 29 años— que comenzó a escribir a la misma edad que Arthur Rimbaud, despliega un vasto mundo literario en el que los juegos de palabras y de invención se intensifican hasta llegar al último poema, llamado “A medio escribir”:
pasando en limpio carretera
y canciones de niños sin perro, el invierno
acuna un kilómetro de noche.
La inquietud por abarcar realidades tan dispares entre sí lleva al autor a deshacerse de las palabras sobrantes, como si cada poema fuera víctima de un ritual de limpieza. Estos versos puros y directos condicen con la madurez de unas palabras casi desencantadas:
Es posible que amanezca y me dejen
tomar un café tranquilamente.
Reservé mesa para dos. Espero, a nadie.
He sido un turista poco amable.
Incendien esa luz. Saquen la puerta
La actitud del poeta no es la de la curiosidad sino la de una preocupación dolorosa por lo que es o debería ser.
La limpidez de los versos, su instancia sonora, hace que en algunas líneas la sucesión de palabras parezcan espontáneas, imprevistas.
Keller juega en sus versos con el humor y la melancolía, creando ese “no-lugar” donde todo lo existente es desfigurado y refigurado.
Estos días han sido poca cosa; en el menú
no hay más que sobras de gaviota.