De llorar y lo imperdible

I

Sólo un poder único, una sola sangre protegerá a Moscú de sus enemigos.

Sergei Eisenstein, Iván el terrible


Esperamos obtener algún resultado atrayendo al pensamiento la imagen de todos los recuerdos, teniendo presente cada película que se ha visto, cada libro que se ha leído, la síntesis de los momentos de nuestra vida que consideramos especialmente bellos o intensos, pretendemos que en el territorio repleto de nuestra subjetividad podemos movernos libremente, conformándonos en criaturas del caos cuyos actos de expresión son siempre primordiales, es decir, creadores de vida. El mundo nos justifica, occidente niega todo límite y se permite mencionar todas las cosas, incluso la vida, y la vida en cada una de sus formas; quiere probar la vida hasta en sus mínimos detalles, cada combinación, todos los azares, ya que los grandes relatos están hechos, hacer también los ínfimos, los de las sensaciones estomacales durante el desayuno. Ya no se trata de amor, una sustancia que uniera todas las cosas, sino del argumento de cada beso, sus imágenes minuciosas. Lo importante es conservar una buena productividad, generar aquello que se puede desmenuzar fácilmente para volver a aprovechar, parir criaturas que tengan órganos reproductores en cualquier parte que se les separe. Hay que estar desatento para no fijarse en una imagen, se puede escribir un libro de mil páginas con un sólo concepto, o sin concepto en absoluto, pero es necesario que las imágenes cambien continuamente, no como es la vida, sino como en la vida, no como se percibe el transcurrir, sino como se registra la mutación del entorno geométrico. En este contexto, la filmación obtenida durante una jornada con una cámara puesta en el ojo de un colibrí es, por supuesto, muy interesante, ¿Pero estamos dispuestos a mirar todas las horas de la mirada del colibrí, o vamos a mostrar y ver sólo los momentos especiales? Una flor, otra flor, el vuelo, y fin de la función. Lo que el contemporáneo en realidad quiere son esas imágenes leves para incluir en su repertorio nocturno, para completar su puzzle de polvo y no dejar un hueco por el que podría ver el hastío, por el que podría caer a un sitio demasiado cómodo, donde oiría sólo su propio tiempo. Entonces su cuerpo, que está acostumbrado a necesitar pequeños estímulos para despertar las muecas que lo mueven y lo mantienen vivo, quedaría quieto, recuperaría la unidad, se volvería uno para si mismo e incapaz de mezclarse por partes, es decir que moriría para este mundo.

II

Llorar es síntoma de la presencia de un hueco en la geometría, un abismo que se enfrenta con horror y que conduce hacia el mar, donde el agua es excesiva y ningún esfuerzo parcial nos exime de hundirnos. Es inútil agitar los brazos o las piernas cuando se está tan lejos de la orilla, sólo se puede dejar de llorar agotando la energía de cada partícula, y cuando todas dejaron de intentar arrastrar a las demás consigo o separarse del resto, entonces lo que se forma en el conjunto de todas ellas empieza a respirar el agua, y somos un cuerpo flotando para las gaviotas y los peces. Pero yo lloraría aún, para trepar a un fragmento que flota y lanzarme de nuevo al mar.

III

Hay que sentir rechazo por la pérdida injustificada. Un huevo roto antes de tiempo, es una vida perdida. Perdiste con el monopolio de un aspecto, con la vergüenza, perdiste; ¿Es posible el fracaso? Algo va a hacernos justicia a todos alguna vez. Nos miran nuestras caras, nos hablan nuestras voces; ahora no se termina hasta que se acaba.

Cada partícula debe abandonar a las otras en algún momento, para limpiarse en el vacío. La partícula aislada encuentra lo inmutable. Pero con la culpa, por supuesto, perdiste. Tu deber es cometer menos errores. Ellos pondrán el flujo que nuestros padres pusieron a disposición. Sacaremos de nosotros mismos el río en el que fluir.